miércoles, 19 de noviembre de 2014

Salamanca de noche I

Mercedes A. Blanco

Alguna noche un alma vagabunda hace caminos de agua en medio del silencio
por un cielo sin pájaros de luz.
Oscuridad medrosa
de pasos asustando los sosiegos de la ciudad que duerme ajena a la presencia
de un ánima que expía pecados caducados
arrastrando apátridas cadenas por las calles vacías
en busca de una deuda
pendiente de saldar con el lugar raíz de sus orígenes.
Alguna noche un alma vagabunda regresa de ultramundos subterráneos
a cumplir la promesa:
escribirle a su pueblo aquellos versos que una vez escuchó
susurrar a las piedras
llorándole los ojos carcomido, voz de boca de tierra, a la intemperie del rigor de enero.
De la ciudad dorada he despreciado el oro y he tomado la greda. He escuchado el suspiro quejumbroso de las cosas sencillas: de un árbol afligido,
de una esquina ignorada,
de una roca maldita,
de un pájaro enojoso,
de una farola triste,
de un batracio impertérrito,
de una plaza escondida,
de lo que pudo ser aquella sombra que pasó a nuestro lado humildemente desapercibida.
Alguna noche lúgubre y monotona, uno escribe un poema, queja o amor de calles solitarias, y se siente el punto G del mundo.





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